sábado, 9 de agosto de 2014

Una reflexión sobre Gaza

Han pasado exactamente dos años desde mi última publicación. No ha sido algo premeditado el volver a publicar hoy, sino que la idea venía ya rondándome la cabeza. La falta de tiempo, más que de temas, es lo que más me ha limitado, pero las vacaciones siempre son un buen momento para sentarte tranquilamente y darle más vueltas a las cosas que en un día de diario solo tienes en la cabeza de pasada.

Lo que está pasando en Gaza no es algo de lo que una se pueda olvidar fácilmente. Ahí están las noticias, las imágenes, los tweets... Y, por supuesto, las conversaciones constantes sobre ello, porque todo el mundo lo tiene presente.

Todos los nacidos después de 1948 llevamos escuchando hablar de este conflicto toda nuestra vida con mayor o menor intensidad según los momentos. Imágenes muy similares, declaraciones muy parecidas de un lado y otro, así como de los respectivos aliados, pero las últimas semanas han sido particularmente crueles. Tanto como para que John Kerry, el Secretario de Estado norteamericano, reconociera en una conversación off the record, la gravedad de la situación y que lo que hace Israel es cada vez más difícil de justificar.

A nadie que conozca superficialmente el asunto se le escapa que la vinculación de EEUU con Israel es máxima. Los intereses estratégicos y -creo que especialmente- económicos que unen a ambos países deben ser de tal magnitud que EEUU todo lo consiente, por más que a su Secretario de Estado le parezca aberrante. Tener el apoyo de la todavía primera potencia mundial es un enorme respaldo, pero aunque la responsabilidad de EEUU es tremenda, el resto de los países occidentales son también cómplices de Israel, ya sea con su ayuda más o menos visible o con su silencio. La ONU, mientras tanto, queda como tantas otras veces al margen por no decir en ridículo. Creo que no queda más remedio que asumir que se trata de una organización "secuestrada", atada de pies y manos por los intereses de sus miembros más poderosos, los que se sientan en el Consejo de Seguridad y toman las decisiones finales. Israel, por su parte, se justifica sin demasiado interés, porque lo mismo da lo que diga: la excusa de eliminar a los terroristas de Hamás basta para justificar el asesinato de cualquier palestino. Incluso se ha permitido el lujo de acusar a la corresponsal de Televisión Española de estar también vinculada a Hamás.

Al margen de estas consideraciones, lo que sucede en Gaza, y esto es lo realmente importante, es que cada día mueren cientos de personas inocentes mientras el resto del mundo se limita a mirar. Israel dispara contra niños que juegan al fútbol en la playa, contra hospitales, contra la misma zona de la ciudad una y otra vez, siempre con la misma excusa manida y mentirosa... Y una y otra vez, un día tras otro, se repite lo mismo. Corremos el riesgo de verlo tantas veces que quedemos inmunizados por las imágenes y por las cifras de muertos, y pensemos "otra vez igual" mientras cambiamos de canal. Por eso mismo no podemos dejar de mirar hacia Gaza, ni de denunciar lo que pasa, ni resignarnos ante la pasividad de las organizaciones internacionales que se crearon para protegernos a los ciudadanos y no para blindar a los delincuentes que las amordazan. Hay que ser tajantes: hablamos de ataques contra población civil que no tiene capacidad para defenderse, crímenes de guerra. 

Por desgracia, nuestra Historia -reciente- está llena de situaciones semejantes. Al escuchar o leer algunas de las crónicas de los periodistas en Gaza es imposible no retroceder a la Alemania nazi o a la Yugoslavia de los 90. Me refiero particularmente a la Alemania nazi siendo plenamente consciente de lo "polémico" de citarla en este contexto, precisamente porque Israel mejor que ningún otro estado debería conocer bien las consecuencias de la barbarie extrema que muchos de sus ciudadanos o sus descendientes sufrieron en primera persona. Por eso mismo debería ser el primer estado del mundo en condenarla. Muy lejos de ello, Israel se vanagloria de sus actos criminales.

Lo que no puede discutirse de ninguna manera es que la violencia sigue en Gaza mientras escribo estas líneas. Creo que todos somos un poco responsables de lo que está pasando allí, por eso lo que hagamos al respecto puede marcar la diferencia. Muchos granos de arena hacen una montaña.

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